Luego de seis semanas de conflicto en Venezuela, logro soltar un poco Twitter y escribir más en largo este artículo. Y debo reconocer que ha significado un esfuerzo adicional para –en medio de la acción– asentar las ideas y al mismo tiempo reencontrar un anhelado desahogo sintiendo que recurrir a la palabra escrita, será siempre un valioso drenar para mi alma.
Por ello estoy trayendo estas palabras con una intensa mezcla de emociones, que me han ocurrido a mí en lo personal como observador que soy de mi contexto y que van desde la angustia y el miedo, pasando por la desesperanza, el terror, la indignación, hasta la rabia y el resentimiento. En medio de toda esta turbulencia, que no es sólo de calle y que me ha ocurrido también internamente, el desafío personal ha sido inmenso buscando no dejarme tomar por ninguna emoción en particular y procurando diariamente mantenerme en mi centro.
Nada fácil. Y en muchas oportunidades realmente cuesta arriba y de ahí juzgo en mi caso –por eso siempre procuro tenerlo presente– que es saludable comenzar por reconocer cuando una situación nos trasciende y no hemos aprendido aún a hacernos cargo de ella. Hoy en día agradezco muchísimo el poder observar conscientemente cuando me está sucediendo el miedo, o una rabia o una angustia y cómo esas y otras emociones se manifiestan en mi corporalidad, conversar y finalmente las acciones que despliego.
¿Qué disposición tenemos ante el diálogo?
Reconocer nuestro mundo emocional, ante situaciones de conflicto como las que vivimos hoy en Venezuela, desde mi mirada son una importante clave para fluir con el contexto y trascenderlo. Primero, reconocer al otro como un legítimo otro en sus diferencias conmigo, validarlo como diferente, legitimarlo, es como un mantra –de Humberto Maturana– que me repito siempre y más estos días. Segundo, hacer el ejercicio de también reconocer en qué emoción se encuentra el otro, sobre todo al que juzgamos pertenece “al otro bando”.
Leía hace unas horas al periodista Nelson Bocaranda relatando una anécdota ocurrida con un guardia nacional, que manifestaba tener horas sin comer luego de ejercer la represión a una protesta en Altamira. Yo me dije: ¿Cómo no va a reprimir brutalmente luego de 12 horas sin comer? ¿Cómo no va a sentir rabia por quien –de forma legítima– manifiesta en la calle? ¿Acaso ese guardia no quiere regresar a casa a comer y abrazar a su familia?
No valido las violaciones a los Derechos Humanos por parte de funcionarios del estado, pero ese contexto corporal, emocional y lingüístico; turbulento y confuso junto a otras variables alimenta el conflicto, ocurre y es bueno que podamos observarlo para hacernos cargo de forma distinta de nuestra forma de protestar o de convivir con alguien que piensa diferente. No sólo son dos sectores enfrentándose con miradas antagónicas sobre el país, esa es tan sólo una forma de verlo –para mí, limitada. También son millones de personas y emociones, válidas, legítimas, buscando reconocerse como muchas verdades y no sólo como una… pretendiendo vencer a la otra.
¿Podremos como sociedad reconocernos mutuamente?
Yo confío que sí.
Escrito por:
Jesús Maceira
Coach Ontológico Profesional
@JESUSMACEIRA
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