En días pasados vi la hermosa película de Pixar llamada –en Latinoamérica– «Intensamente» o InsideOut en su título original, y la juzgo una pieza maravillosa, no sólo por la animación, sino por la cantidad de metáforas visuales que contiene sobre el mundo emocional de las personas. Hubo dos escenas que particularmente me hicieron reflexionar y ahora escribir este artículo, en dichas escenas la protagonista era: Tristeza.
Recordé como culturalmente –y particularmente en mi país, Venezuela– la tristeza es mal vista. Allí, desde niños hemos escuchado frases como «Venezuela es un país alegre» o «Aquí la gente es demasiado feliz«, y sin duda somos un país alegre en su gentilicio, lo cual es muy sabroso y tiene muchísimas virtudes. Ni hablar del mes de diciembre –el mes más alegre del año (sin contar carnavales o semana santa… o las vacaciones de los muchachos en agosto)– en el que la re-unión familiar y la celebración marcan la pauta.
Además de lo anterior nuestro mundo relacional –en Venezuela me refiero– prácticamente prohibe o censura la Tristeza. Basta que le cuentes a un amigo el motivo de tu pesar para que éste te salga con un «no le pares chamo, vamos a tomarnos algo para que se te pase«, para que se pase la Tristeza. Nunca falta el que con un «merenguito» quiera «animar» a quien simplemente se encuentra triste.
A pesar que la emoción favorita de nuestra cultura es la Alegría, Tristeza persiste. En una diversidad de situaciones que no vienen al caso, he visto recientemente como producto de «la situación país» muchas personas expresan que lo que sienten es: Tristeza. No a todas las personas la misma situación les detona la misma emoción. Sin embargo, por más que nos esforzamos en decretar la Alegría, la Tristeza aparece y desde mi mirada no la estamos dejando hacer su trabajo, porque aunque nos resistamos, Tristeza tiene un rol que desempeñar en nuestro mundo emocional, sea personal o colectivo.
La Tristeza, su rol en nuestro mundo emocional
La Tristeza tiene un papel protagónico en nuestro mundo emocional. Tristeza es quien nos dice lo que hemos perdido y nos ayuda a valorarlo, la que nos ayuda a encontrar sentido a nuestra vida, la que nos permite reflexionar sobre el misterio de la vida y la muerte, re-conocer a los que nos dieron tanto y ya no están.
Haciendo equipo junto a otras emociones, la Tristeza es vital para los procesos de aprendizaje transformadores y creadores de consciencia. ¿Cómo podríamos darnos cuenta, sin vivir la Tristeza, de viejas heridas que ocurrieron en el pasado y que aún hoy nos duelen?. Sin Tristeza no podríamos tomar consciencia de esas heridas de tiempos anteriores en nuestro vivir, para sanarlas hoy, personal, junto a otro o como sociedad. Sin Tristeza no podríamos valorar el país, la familia que hemos dejado atrás al emigrar y mirarlos desde la distancia.
Lo que solemos hacer es que no le damos legitimidad a la Tristeza, la inhabilitamos en nuestro mundo emocional. Y lo hacemos porque el Miedo –otra emoción importante e intensa– la desplaza del mando. Dejamos de escuchar a Tristeza, atender su mensaje por el Miedo a que ella se transforme en un estado de ánimo, es decir, a que se haga permanente, que estemos tristes no cuando nos enfrentamos a determinadas circunstancias, sino que de forma indiferente a esas circunstancias, siempre estemos tristes. Estado en el que podemos entrar producto de nuestras interpretaciones sobre la vida o nosotros mismos, pero este «detalle» es para otro artículo de Coaching.
Entretener a Tristeza, distraerla, dejar de escuchar la emoción que nos conecta con nuestro sentido de vida, sólo trae como resultado lo que –desde mi mirada– he observado estos días en muchas personas: depresión. En otros casos indignación, violencia, angustia y claro, miedo. Con el consecuente impacto personal y colectivo.
¿Qué significa que la Tristeza haga su trabajo?
Permitirnos conectar con el silencio que ella exige para actuar, observar al mundo con distancia para poder valorar lo que tenemos y lo que hemos perdido. Concientizar su paso lento por nuestro mundo emocional y observar lo que nos rodea como si fuera la primera vez. Reconocer en nuestro cuerpo las manifestaciones de Tristeza, esa garganta con un nudo, el escalofrío que nos estremece de forma misteriosa. Viajar gracias a Tristeza a esos espacios de nuestra alma vinculados al sinsentido, la desesperanza, la pequeñez de nuestro existir para que al final de ese viaje podamos conectar con la grandeza, el propósito de la vida y finalmente, la calidez de la esperanza.
La Tristeza nos llevará al llanto y desde la vulnerabilidad a través de él, tocaremos nuestra impotencia, para luego agradecerle la misteriosa, espiritual y fresca nueva voluntad que nos trae y que nos habilitará para continuar con el camino de nuestra propia vida.
Si de ahora en adelante te animas a legitimar a Tristeza, a aceptarla como un hermoso regalo del vivir, a darle el espacio para que haga su trabajo, quizá entonces puedas ver como suavemente se retira para que Alegría vuelva a hacer el suyo.
Escrito por:
Jesús Maceira
Coach Ontológico Profesional
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