Cuando las personas hacemos referencia al mundo del Arte, lo que nos aparece es algo con relación a la música, pintura, escultura, baile, canto, actuación, etc. Es decir, lo primero con lo que solemos relacionar el arte es con lo que llamamos las Bellas Artes. Sin embargo, y por suerte, el universo está lleno de obras de arte en la cotidianeidad, más allá de las ya mencionadas bellas artes.
De esta forma, podemos hacer que la relación con mi pareja sea una obra de arte, que una conversación con un amigo sea un poema, que hacer el amor sea una danza, una cena se transforme en un cuadro perfecto y que un equipo de trabajo se convierta en una gran orquesta.
¿Cómo aprender entonces a ver las relaciones, el trabajo, y el aprendizaje como una obra de arte?
Según varios diccionarios, el arte es la disposición mediante la cual el ser humano expresa la belleza de las cosas; mientras que la ciencia es el conocimiento de las cosas por sus principios y causas, a través de la comprobación.
En el conocimiento científico, a través de la “comprobación” parecería que se llega a la “verdad”. Sería algo parecido a lo que dijo en su momento San Agustín: “Si no lo veo no lo creo”; dicho con relación al tema en cuestión podría ser: “Si no lo compruebo, no existe o es falso”.
Para muchos descubrimientos científicos, esta forma de conocer es muy útil, pero para el mundo de las relaciones es insuficiente.
Por eso, aprender con maestría las cosas más importantes de la vida, nos desafía a relacionarnos con el mundo como si estuviéramos creando la más bella obra de arte.
En el conocimiento artístico, lo fundamental es ese valor agregado que da una persona, su estilo y sello personal que lo hace único.
Cuando nos conectamos con el artista que llevamos dentro aparece la creatividad, la sana locura, la alegría y también la capacidad para decir que no a los espacios donde no queremos estar más.
Juguemos a imaginarnos por un momento metafóricamente: Si fueras un artista de las relaciones… ¿Qué tipo de arte llevarías a cabo? ¿Serías bailarín(a), cantante, pintora o pintor, escultor, escritor, chef?
Si pensamos en nuestros artistas preferidos, el común denominador de todos podría ser la capacidad para fundirse en su actividad, es decir que no hay diferencia entre el danzarín y la danza, entre el cuadro y el pintor, entre el cantor y su canción… son UNO con su arte. Y nosotros, ¿somos UNO con las relaciones o vivimos observando las diferencias que nos separan? ¿Aprendemos como un niño cuando logra ponerse de pie, o más bien primero juzgamos hasta que la mente no da más y después intentamos aprender algo?
¿Cómo hacer para recuperar esa capacidad de CREAR una forma de estar en el mundo más libre y más disfrutable?
Si estás esperando LA respuesta, no sólo te vas a desilusionar, sino también creo que te vas a ir desilusionando a cada rato, ya que si existiera esa fórmula, ¿quién no la estaría aplicando?
Lo importante no es la respuesta, sino decidirse a buscar nuevos caminos y tener el coraje y la persistencia para recorrerlos, ya que una vida creativa es una cuestión riesgosa. Decidir seguir el propio camino no trazado por los padres, por pares o por instituciones implica un delicado equilibrio entre tradición y libertad personal, entre ser fiel a sí mismo y permanecer abierto a los cambios.
Hace más de 15.000 años nos fuimos alejando de la Confianza y la Prosperidad Natural del Universo que teníamos como seres vivos en nuestra etapa de ser nómades y al transformarnos en seres sedentarios, hicimos del Poseer (y la Propiedad) una virtud, nos fuimos alejando paulatinamente del Devenir y nos propusimos y definimos el “Ser”, y allí comenzó la carrera por “hacer producir a la naturaleza”.
Ser y actuar en la vida sin sostén y sin seguridades puede ser un juego maravilloso y a la vez puede dar miedo, que es lo opuesto al juego.
Entrar en lo desconocido puede llevarnos al deleite, a la autorrealización, y también puede traernos desilusiones, y sufrimientos.
Pero es más gratificante pagar precios por algo que nos satisface en vez de hacerlo por algo que nos amarga la vida. Es mejor pagar por un caramelo que por chupar un clavo.
Precios pagaremos siempre en la vida, seamos concientes o no, nos guste o no, siempre habrá consecuencias por nuestras acciones. Así que, ¿no es mejor asumir las consecuencias de acciones que nos conectan con lo mas grande de nosotros que con aquéllas que nos sumergen en la mediocridad y en la rutina?
Para iniciar este camino, son las emociones las que te van a servir como trampolín para dar ese salto que estás buscando. No es la mente racional ni los pensamientos elaborados los que te permitirán iniciar una nueva etapa. Es el corazón cuando permitas que salga a galopar desnudo.
Quisiera despedirme regalándote esta historia verdadera, que espero sea fuente de inspiración a tus musas dormidas:
El 18 de Noviembre de 1994, el violinista Itzhak Perlman entró al escenario para dar un concierto en el Lincoln Center de Nueva York. Llegar al escenario es un pequeño logro para él, ya que tuvo polio cuando fue niño; por esa razón tiene ambas piernas muy débiles y camina con la ayuda de dos muletas. Verlo cruzar el escenario, es una visión asombrosa. Camina hasta llegar a su silla, se sienta, pone sus muletas en el suelo, afloja los sujetadores de sus piernas, toma un pie hacia atrás y extiende el otro hacia adelante, se inclina para levantar el violín, lo pone bajo su mejilla, y finalmente hace una señal al director para comenzar a tocar. Hasta ese momento la audiencia está acostumbrada a ese ritual. Pero esa vez algo anduvo mal. Justo cuando terminaba sus primeras estrofas, una de las cuerdas de su violín se rompió y saltó como un tiro atravesando el salón.
Los que estaban allí esa noche, pueden haber pensado muchas cosas: «tendrá que levantar las muletas y arrastrarse fuera del escenario, encontrar otro violín, o encontrar otra cuerda para el suyo»…
Pero él no lo hizo. En su lugar, esperó un momento, cerró sus ojos y luego hizo la señal al director de comenzar nuevamente. La orquesta comenzó, y él tocó desde el punto en el que se había detenido. Y tocó con tanta pasión y pureza, como nunca se lo había escuchado.
Todo el mundo sabía que era imposible interpretar un trabajo sinfónico con solo tres cuerdas. Pero esa noche Itzhak Perlman rehusó saberlo. Se lo podía ver modulando, cambiando, recomponiendo la pieza en su cabeza. En un punto, eso sonó como si él estuviera sacando el tono de las cuerdas que se habían roto y consiguiendo nuevos sonidos. Cuando terminó, hubo un impresionante silencio en la sala, y entonces la gente se levantó y lo aclamó. Hubo un extraordinario aplauso, todos estaban de pie gritando y haciendo lo que podían para demostrar cuánto apreciaban lo que él acababa de hacer.
Él sonrió, se secó el sudor de sus cejas, detuvo su inclinación para aquietarlos y luego dijo, no con presunción, sino en un tono pensativo, calmo: «A veces la tarea del artista es descubrir cuánta música se puede hacer con lo que a uno le queda«.
Esas palabras han permanecido en mí desde que las escuché. Y… ¿quién sabe? Tal vez es la definición de la Vida, no sólo para los artistas, sino para todos nosotros.
Lic. Ignacio Trujillo
Coach Ontológico y Director de Consultora ALAS.
Que hermoso el mensaje. Gracias!
Gracias a ti Jessica!
Por venir a leernos!
Un abrazo.
Una gran reflexión. …. gracias x compartirlo….
Gracias a ti Ingrid por venir a leer.
Saludos!